viernes, 10 de agosto de 2012

Está bien




Se postran los rostros cansados, somnolientos, de seres invisibles en los árboles. Sus pequeñas voces se silencian por unos instantes entre la oscuridad y el frío, se acurrucan entre matorrales y el viento gélido pasa por entre ellos. No tiemblan, no se despiertan, quedan quietos sus cuerpos como si de estatuas se tratase. No tiemblan...no despiertan.

Mueren, permutan en la noche inútil y renacen en la cordillera. Nuestra pared que delinea el cielo en el este, que intenta acunar la luna y alcanzar las estrellas. Es nieve, supongo, o una simple franja albina entre el cielo santiaguino y la tierra Chilena.

Luz. Amanecer. La vida vuelve a cubrir con luz azulada las cosas, blanca y azulada, y antes de pensarlo el ocre comienza a teñir las hojas. No ocre, dorado que no me deja mirar otra cosa. Dorado altanero. Luz perfecta que da forma a todo cuanto se esparció en la noche, tinieblas que formaban los cuerpos oscuros o cuerpos oscuros que no eran más que pesadillas al otro día.

El plumaje vuelve a ser diurno, el detalle de sus cabecillas diminutas y sin errores se deja ver entre aquel festín mañanero. Miran desde lo alto las casas, los departamentos y llegan más alto: cielo, claridad y finalmente sol. Sus alas se extienden y el sueño incumplido de todo humano está ahí, vuelan y cantan canciones que a mis oídos no es música, no es composición, es instinto: es un gemido por la vida.