martes, 27 de noviembre de 2012

El Principito, Capítulo XIII




El cuarto planeta estaba ocupado por un hombre de negocios. Este hombre estaba tan abstraído que ni siquiera levantó la cabeza a la llegada del principito.

—¡Buenos días! —le dijo éste—. Su cigarro se ha apagado.

—Tres y dos cinco. Cinco y siete doce. Doce y tres quince. ¡Buenos días! Quince y siete veintidós. Veintidós y seis veintiocho. No tengo tiempo de encenderlo. Veintiocho y tres treinta y uno. ¡Uf! Esto suma quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno.

—¿Quinientos millones de qué?

—¿Eh? ¿Estás ahí todavía? Quinientos millones de... ya no sé... ¡He trabajado tanto! ¡Yo soy un hombre serio y no me entretengo en tonterías! Dos y cinco siete...

—¿Quinientos millones de qué? —volvió a preguntar el principito, que nunca en su vida había renunciado a una pregunta una vez que la había formulado.

El hombre de negocios levantó la cabeza:

—Desde hace cincuenta y cuatro años que habito este planeta, sólo me han molestado tres veces. La primera, hace veintidós años, fue por un abejorro que había caído aquí de Dios sabe dónde. Hacía un ruido insoportable y me hizo cometer cuatro errores en una suma. La segunda vez por una crisis de reumatismo, hace once años. Yo no hago ningún ejercicio, pues no tengo tiempo de callejear. Soy un hombre serio. Y la tercera vez... ¡la tercera vez es ésta! Decía, pues, quinientos un millones...

—¿Millones de qué?

El hombre de negocios comprendió que no tenía ninguna esperanza de que lo dejaran en paz.

—Millones de esas pequeñas cosas que algunas veces se ven en el cielo.

—¿Moscas?

—¡No, cositas que brillan!

—¿Abejas?

—No. Unas cositas doradas que hacen desvariar a los holgazanes. ¡Yo soy un hombre serio y no tengo tiempo de desvariar!

—¡Ah! ¿Estrellas?

—Eso es. Estrellas.

—¿Y qué haces tú con quinientos millones de estrellas?

—Quinientos un millones seiscientos veintidós mil setecientos treinta y uno. Yo soy un hombre serio y exacto.

—¿Y qué haces con esas estrellas?

—¿Que qué hago con ellas?

—Sí.

—Nada. Las poseo.

—¿Que las estrellas son tuyas?

—Sí.

—Yo he visto un rey que...

—Los reyes no poseen nada... Reinan. Es muy diferente.

—¿Y de qué te sirve poseer las estrellas?

—Me sirve para ser rico.

—¿Y de qué te sirve ser rico?

—Me sirve para comprar más estrellas si alguien las descubre.

"Este, se dijo a sí mismo el principito, razona poco más o menos como mi borracho".

No obstante le siguió preguntando:

—¿Y cómo es posible poseer estrellas?

—¿De quién son las estrellas? —contestó punzante el hombre de negocios.

—No sé. . . De nadie.

—Entonces son mías, puesto que he sido el primero a quien se le ha ocurrido la idea.

—¿Y eso basta?

—Naturalmente. Si te encuentras un diamante que nadie reclama, el diamante es tuyo. Si encontraras una isla que a nadie pertenece, la isla es tuya. Si eres el primero en tener una idea y la haces patentar, nadie puede aprovecharla: es tuya. Las estrellas son mías, puesto que nadie, antes que yo, ha pensado en poseerlas.

—Eso es verdad —dijo el principito— ¿y qué haces con ellas?

—Las administro. Las cuento y las recuento una y otra vez —contestó el hombre de negocios—. Es algo difícil. ¡Pero yo soy un hombre serio!

El principito no quedó del todo satisfecho.

—Si yo tengo una bufanda, puedo ponérmela al cuello y llevármela. Si soy dueño de una flor, puedo cortarla y llevármela también. ¡Pero tú no puedes llevarte las estrellas!

—Pero puedo colocarlas en un banco.

—¿Qué quiere decir eso?

—Quiere decir que escribo en un papel el número de estrellas que tengo y guardo bajo llave en un cajón ese papel.

—¿Y eso es todo?

—¡Es suficiente!

"Es divertido", pensó el principito. "Es incluso bastante poético. Pero no es muy serio".

El principito tenía sobre las cosas serias ideas muy diferentes de las ideas de las personas mayores.

—Yo —dijo aún— tengo una flor a la que riego todos los días; poseo tres volcanes a los que deshollino todas las semanas, pues también me ocupo del que está extinguido; nunca se sabe lo que puede ocurrir. Es útil, pues, para mis volcanes y para mi flor que yo las posea. Pero tú, tú no eres nada útil para las estrellas...

El hombre de negocios abrió la boca, pero no encontró respuesta.

El principito abandonó aquel planeta.

"Las personas mayores, decididamente, son extraordinarias", se decía a sí mismo con sencillez durante el viaje.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Para aquel amigo pequeño



Se movía contento, rápido; con esa energía que a mi edad yo no poseía. Era alegre, observador, pienso que es esa ignorancia de alguien recién nacido, de un novato. Nada le pesaba en ese entonces. Me sonreía con su cuerpo entero, sus movimientos pequeños pero atentos.

Y luego estaba yo, que a pesar de sólo tener 10 años era una niña bastante triste, amargada incluso y solitaria en otros. En esos años están los primeros pasos por pensamientos depresivos, días de lágrimas silenciosas y de evitar cariño, contacto con la gente. Quizás en ese año en específico mis 10 años me molestaban, deseaba ser grande y poder solucionar/ser libre...deseaba que me escucharan.

Aún recuerdo la sensación que tuve al verlo. Era pequeño, peludo y dormilón. Ese día mi tía lo sacó de su chaqueta, era la mañana de un sábado y era una criatura nueva en mi casa. Los primeros días mis hermanos se dedicaron a mimarlo, acariciarlo y a jugar con él. Muchas veces también lo hice, más en solitario; lo miraba como centro de mi ternura en ese momento. Era una criatura llena de vida, así como yo debería haberme sentido a esa edad.

Dicen que las mascotas reflejan el caracter del amo. Pues este es mi perro:

Suele ser gruñon con los niños, se aleja de quienes tengan demasiada energía para tirarle las orejas o meterle los dedos en los ojos. Él disfruta de los adultos, le gusta tener la atención para un cariño pero nunca lo exige (Como lo hace la otra mascota). Dicen que sólo es alegre y tierno con algunos, con sus dueños o, mejor dicho, con su dueña.

Tiene un lado tristón ahora que ha envejecido, camina lento e inseguro. Siempre que salgo de viaje me informan que deja de comer, que se poñe ermitaño y se esconde en mi cama. Colecciona mi ropa a su alrededor, como si los olores pudiesen evocar mi presencia. Es fiel, es la criatura más fiel que he conocido.

Es alegre, aunque con los años está más cansado. Es protector, aun cuando sea pequeño e insignificante para muchos. Está ahí cuando estoy triste, supongo que lo nota y se me acurruca al lado. Sabe que cuando hago cariño me da sueño y si duermo no lloro. Debe ser eso.

Yo fui su amiga fiel cuando él era pequeño y novato, él es mi amigo fiel en cualquier momento...incluso si me voy y lo abandono.

No sé porqué le escribí esto, debe ser porque lo extraño y la falta de su presencia me afecta más de lo que pensé que haría.